29/5/2020
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¿Es posible no desperdiciar la
crisis?
La crisis asociada al coronavirus
genera el congelamiento de la economía monetaria y la sobre exigencia de la
economía no monetaria. Ambas importan para comprender el alcance de la crisis
que, además del virus, implica retos relacionados con el hambre y con la
posibilidad de estallido social. ¿Qué esperar de esta crisis en relación con la
economía no monetaria y sus entrelaces con la monetaria? ¿Podemos apostar por
reorganizar la economía no monetaria con más justicia y menos desigualdad? ¿Hay
manera de no desperdiciar la crisis? Juliana Martínez Franzoni, reconocida
académica e intelectual, comparte preguntas, análisis y propuestas sobre estos
temas que involucran a los Estados, las familias, las organizaciones sociales y
los mercados. Esta entrevista es parte del trabajo del Grupo sobre Economía
de los Cuidados y Procesos de Reproducción Social del proyecto regional
FESminismos – ¡El Futuro es Feminista! de la Fundación Friedrich Ebert (FES).
Ailynn Torres Santana (ATS) – La crisis de la Covid-19 no es una crisis solo sanitaria. En eso se
ha insistido mucho en los últimos meses para comprender la densidad de la
coyuntura inéditamente global que estamos viviendo. ¿Cuál es el alcance de esta
crisis? ¿Qué dimensiones involucra?
Juliana Martínez
Franzoni (JMF) – Si bien
esta crisis empieza siendo sanitaria, rápidamente se vuelve social, política,
económica y toca todos los órdenes de la vida. Es, además, una crisis
planetaria. Es una crisis cuyos alcances aún no podemos comprender
adecuadamente.
Aunque la respuesta inicial
a la crisis es a través de los sistemas sanitarios, la única manera en que
ellos pueden hacerle frente es reduciendo la demanda sobre el propio sistema
sanitario, cortando las cadenas de contagio para que estos no se desborden. Eso
ha llevado al distanciamiento social y al congelamiento de la economía
monetaria. Y subrayo: economía monetaria. Por el contrario, la
economía no monetaria, la que tiene lugar de manera no remunerada,
principalmente en el ámbito doméstico, está a tope, más exigida que nunca.
El congelamiento de las
economías monetarias lleva rápidamente a suspensión de contratos laborales,
reducción de jornadas, pérdidas de la capacidad de la gente de generar
ingresos. Y eso es una amenaza muy seria a la forma de vivir de las personas.
Entonces, estamos lidiando con una situación que implica al virus pero,
también, al hambre y a la posibilidad de estallido social producto de ello. Es
una bomba de tiempo que está a la vuelta de la esquina, en diferentes lugares
del planeta. Por eso, me parece sumamente importante tener presente que estamos
frente a un triple reto: el virus, el hambre y el estallido social. Y eso tiene
en consecuencias para regímenes democráticos frágiles, como los que tenemos en
América Latina y el Caribe.
No todos los países están
en el mismo momento en relación con ese triple reto, ni tienen las mismas
condiciones para afrontarlo. Ecuador es un triste anuncio de donde pueden estar
muchos de los países de América Latina en muy poco tiempo si no se actúa
rápidamente. No estamos en el mismo barco. Cito una frase que leí en redes
sociales sin autoría y que la he usado mucho en estos días: “no estamos en
el mismo barco, estamos en el mismo mar y hay unas personas en yate, otras
personas en bote, otras personas en salvavidas, otras personas nadando con
todas sus fuerzas” y, como agregaba alguien después, “algunas personas
están nadando con todas sus fuerzas empujando los botes de otros”.
La crisis sanitaria viene a
asentarse en una tremenda desigualdad previa, y a potenciarlas de manera que
todavía no podemos aquilatar. Entre esas desigualdades, la de género y la
socioeconómica son clivajes importantes, son des-igualadores centrales en
nuestra región. A ellas se les agregan otras muchas desigualdades que tienen
que ver con la etnia; si estás viviendo en tu país, o si sos migrante, y así un
montón de situaciones que exacerban la desigualdad fundacional.
Ilustración de @lorenaespinosa (IG) para @fesminismos
ATS – Decías antes que la economía no
monetaria está a tope, más exigida que nunca. Esa economía no monetaria se
realiza en parte importante de puertas adentro, en los espacios domésticos,
aunque es un ámbito poco instalado en la conversación política y económica
sobre la crisis. ¿Qué está pasando en las familias? y específicamente, ¿qué
está pasando con las necesidades de cuidados que habitualmente se satisfacen
allí vía trabajo de las mujeres?
JMF – Hay dos cambios centrales que
generan esta situación de distanciamiento físico y de obligación y necesidad de
permanecer en el ámbito doméstico. Uno ya lo mencioné, el desplome de los
ingresos, y más aún en aquellos que provenían de los trabajos más precarios e
informales. Recordemos que las mujeres se encuentran desproporcionadamente
ubicadas en ese tipo de trabajos; El otro cambio involucra dimensiones de la
vida que normalmente tienen lugar fuera del ámbito doméstico, como la escuela,
el centro de salud, el apoyo psicológico y la recreación, y que ahora se
concentran también en ese ámbito doméstico. Eso tiene una implicación directa
en la vida de las mujeres que están aún más sobrecargadas. No es algo nuevo,
sino que se exacerba con la COVID-19. Las mujeres hacemos malabarismos
trabajando, cuidando, siendo maestras, psicólogas y doctoras. Aunque en el
escenario previo las mujeres ya éramos malabaristas, en este momento está
potenciado en su máxima expresión.
Como a la economía
monetaria le gusta usar estas medidas, desde la perspectiva feminista hace
tiempo buscamos calcular cuánto se produce de manera no monetaria (no
remunerada) como proporción del Producto Interno Bruto (PIB) de los países. Hoy
sabemos que el trabajo doméstico y de cuidados que tiene lugar en las familias
de forma no remunerada equivale a entre el 15 y el 25 por ciento de todo lo que
se produce en una sociedad. El grueso de ese trabajo lo hacemos las mujeres.
Por cada punto del PIB que invierte el Estado, las mujeres aportamos una
contraparte no monetaria. Por ejemplo: si tienes una escuela pública, alguien
tiene que llevar a la niña a la escuela, buscarla, traerla, hacer las tareas
con ella y apoyarla; si llevas a un niño a la doctora, hay que administrar
medicina, tomar la temperatura, etcétera.
No tenemos la medida de
cuánto esta crisis está aumentando ese aporte no monetario fundamental, pero
ese trabajo se ha disparado. Tenemos una espiral de demanda de cuidado que se
satisface principalmente con el trabajo de mujeres. La economista feminista
Nancy Folber decía hace unos días que si los gobiernos se preocuparan por el
déficit de cuidado una fracción de lo que están preocupados por el déficit
fiscal que genera esta crisis, estaríamos en mucha mejor forma para transformar
esta situación y honrar mejor todas las demandas de cuidado con un esfuerzo más
colectivo, más masculinizado, y mucho más reorganizado para que no sean las
mujeres las que satisfagan solas esas demandas.
Tenemos que pensar entonces
en qué está pasando con estas mujeres que estaban cuidando antes y que ahora
están súper exigidas de hacer más y más. Al mismo tiempo, qué está pasando con
esas mujeres que estaban generando ingresos y que ahora ven desplomadas sus
estrategias para ello. Y qué está pasando con las que están ubicadas en los
trabajos de mayor exposición, los ahora considerados servicios esenciales
(comercio, supermercados, alimentos, sistema de salud) y tienen que atender
muchísimas demandas de cuidado en sus hogares a la vez que sostener los
ingresos en su bolsillo.
ATS – Durante el siglo XX se produjo lo
que algunos han llamado una revolución silenciosa: la incorporación de las
mujeres al trabajo remunerado. A la vez, se ha dicho que ello no modificó los
órdenes familiares sino que la división sexual del trabajo dentro de los
hogares continuó siendo básicamente la misma. ¿Fue así? ¿Crees que esta crisis,
que ha activado el debate sobre los cuidados, podría empujar algún cambio
dentro de los órdenes familiares?
JMF – No tenemos investigación actual
para responder a la última pregunta pero tenemos experiencia previa. La
pregunta yo la devolvería así: ¿Por qué deberíamos esperar un cambio de
reducción de la brecha de horas que hombres y mujeres destinan a trabajo
doméstico y de cuidado?
La brecha de participación
en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados entre hombres y mujeres es
de 18 horas semanales. Eso dicen las mediciones de los países que están
relativamente mejor, porque son los reportados en la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Esa brecha baja a 11 horas en los
países del sur de Europa, a seis (6) horas en los países anglosajones y a tres
(3) horas y media en los países nórdicos.
Las mujeres hemos sido muy
flexibles adaptándonos a la jornada laboral remunerada y manteniendo el trabajo
no remunerado; sin embargo, el ejercicio de la masculinidad en el ámbito
doméstico ha cambiado muy poco. Eso no quiere decir que no haya hombres que no
lo hagan, sino que el ejercicio de las masculinidades en lo que tiene que ver
con el trabajo doméstico y de cuidados no ha cambiado lo suficiente para
reflejarse estadísticamente, al menos todavía. Es así desde el Río Grande en
México hasta Ushuaia en la Tierra del Fuego, en todos los regímenes políticos,
y en estados de bienestar fuertes o débiles; y no tiene grandes variaciones en
los distintos momentos del ciclo de vida.
El uso del tiempo masculino
en el hogar es el recurso más democráticamente repartido en toda la región.
Mientras las mujeres mostramos una profunda desigualdad entre nosotras
asociadas a los niveles de educación formal y a los niveles de ingresos
(mientras mayores son, menos horas se emplean en el trabajo doméstico y de
cuidados no remunerado), entre los hombres hay una enorme homogeneidad.
La crisis de los años del
1980 y los cambios en la década de 1990 son buenos lugares a los que hay que
volver a mirar para pensar este tema en la crisis actual. En los años 90
perdimos millones de empleos e ingresos masculinos de manera muy severa.
Mientras los hombres salían de la industria y la agricultura, a las mujeres,
sobre todo a las jóvenes, se les contrataba en la maquinaria textil y en los
servicios, con trabajos precarizados. Hubo una pérdida de la vigencia social y
económica del modelo patriarcal tradicional donde el hombre ponía el dinero en
la mesa y eso significaba un nivel de protección a la familia, aunque fuera
desigual. Ese cambio, lejos de implicar un involucramiento de los hombres en el
ámbito doméstico, lo que hizo fue agravar los tipos de relaciones patriarcales
violentas; y ahí tenemos a Ciudad Juárez y muchísimas manifestaciones de ese
tipo.
Habiendo sido así, por qué
tendríamos que esperar un cambio ahora. No podemos esperar que la mera pérdida
de vigencia del papel proveedor de los hombres se traduzca en una ampliación de
su dimensión cuidadora. Para que eso suceda se requiere una intervención
deliberada del Estado y de otros actores de la sociedad, dándole forma,
nombrando y creando incentivos para que eso ocurra. Al mismo tiempo, es
necesario prevenir los efectos nocivos que puede generar la actual situación.
Las decisiones de cómo se
enfrenta esta crisis no deberían [tomadas] ser sin las mujeres. A la vez, las
enormes demandas y retos que tenemos en materia de cuidado no deberían ser sin
los hombres. Se necesitan mensajes más claros y más fuertes que reconcilien
masculinidad y cuidado. No podemos esperar que esos cambios vengan por
generación espontánea. Estamos rodeadas de un tipo de masculinidad altamente
cuidado-dependiente. Estoy hablando de hombres jóvenes entre 15 y 60 años que
en su cabeza son súper autónomos pero en su práctica no tienen la posibilidad
de resolver cosas básicas para la sostenibilidad de su vida. En un momento de
altísima demanda de cuidado, necesitamos tener más manos cuidando. Este es un
momento en el que, en nombre de la solidaridad frente a la crisis, podríamos
apelar a esa reorganización.
Parte del asunto es
acercarse a los cuidados como una invitación a transformarse y a re-vincularse
con muchas cosas importantes de la vida. Eso podría generar, de hecho,
situaciones de ganar-ganar. Lo que no me imagino es que esto ocurra solo de
manera espontánea. Se requieren estrategias, políticas, alianzas (ojalá
amplias) y demostrar que este tema toca muchas de las causas de la crisis y
también muchas de las posibles soluciones.
ATS – Mencionabas hace un rato que las
mujeres somos más desiguales entre nosotras en comparación a lo que son los
hombres. ¿Esa intervención requerida del Estado y otros actores sociales tiene
que tener en cuenta esas diferencias que, no obstante, también exhiben
continuidad?
JMF– Las mujeres nunca antes habíamos
sido tan desiguales entre nosotras en América Latina. Las brechas entre hombres
y mujeres en términos de cuidados atraviesan todas las clases sociales. La
violencia de género atraviesa todas las clases sociales, pero los recursos con
los que las mujeres contamos para hacerle frente a estos escenarios son
marcadamente desiguales. En una crisis como esta, eso lo que hace es
exacerbarse. Por lo tanto, para poder dar pasos decididos a transformar una
crisis que tiene caras muy dramáticas en una oportunidad que nos permita ser
mejores, necesitamos intervenciones también diferenciadas para lograr incidir en
los distintos escenarios.
El piso para poder tener
esta conversación tiene al menos dos componentes: asegurar el ingreso básico en
el bolsillo de todas las personas en este momento y asegurar el acceso a
servicios básicos de todas las personas.
Muchos de los gobiernos
tienen poco espacio fiscal y poca capacidad de hacer cosas. Eso es así si damos
por sentado que el uno por ciento de quienes poseen los mayores ingresos de los
países no va a contribuir. Si en cambio, nos planteamos que esta situación se
resuelve para toda la sociedad o no se resuelve para nadie, entonces el
escenario es otro. El peligro de no entenderlo así es claro. Tenemos el ejemplo
de Singapur, que fue un caso exitoso. Allí se había controlado la situación de
diseminación del virus pero “olvidaron” a la población migrante. La población
migrante estaba contagiada y de repente el país pierde control de la situación.
Ese ejemplo nos alerta que en este escenario nadie puede quedar excluido porque
con que una persona quede excluida todo el ciclo vuelve a empezar.
Los cuidados son parte de
una conversación más amplia sobre el papel del Estado. Antes o después, tenemos
que pasar por el tema del financiamiento y tenemos que elegir si se va a
priorizar la austeridad o la solidaridad. Si priorizamos la solidaridad, el uno
por ciento que no ha estado contribuyendo tiene que contribuir.
ATS – Has mencionado que recolocar a
los cuidados como eje del análisis político tiene que ser un acto de voluntad
minuciosamente planificado desde los gobiernos y los distintos actores
políticos. ¿Qué tipo de políticas específicas crees que serían imaginables para
gestionar este déficit de cuidado en la crisis y después?
JMF– Una autora estadounidense, Jane.
F. McAlevey, sindicalista, ha escrito recientemente un libro titulado No
shortcuts. Organizing for power, que recoge su experiencia de trabajo
organizativo. Ella insiste en la necesidad de tener estrategias simultáneas de
organización, movilización e incidencia, y en la necesidad de saber cuándo hay
que poner más energía en la organización propia, en el nosotros, en el
nosotras; cuándo en la movilización y cuándo en la incidencia.
Partiendo de eso, creo que
algunas de las cosas que hay que hacer tienen como interlocutor al Estado y
otras tienen que ver más con la movilización y con las organizaciones; los
múltiples nosotros y nosotras que hay en la región. En todos esos niveles puede
haber un lugar para esta agenda y para encontrar la manera de cómo avanzarla de
forma positiva, democrática e inspiradora; que nos conecte con asuntos muy
profundos que tienen que ver con el sentido de estar vivos, de habitar este
planeta.
En esa línea necesitamos
consolidar esta idea de que debemos cuidar a quienes nos cuidan y que cuidar es
un asunto de la sociedad y no solo de las familias, ni de las mujeres. Pero no
podemos cuidar a quienes nos cuidan sin tener una agenda que permita crear
condiciones de infraestructura básica para la vida. ¿Cómo está haciendo hoy la
gente, que son millones en nuestra región, sin agua potable o que viven en
condiciones de hacinamiento tremendas? Es un reto incorporar los cuidados como
parte de los pisos de protección social y no como si fueran dos cosas distintas
porque eso adelgaza el músculo político con el que podamos incidir.
Ahora, deberíamos pensar
que, más que la excepción la crisis, va a ser por mucho tiempo una regla, una
normalidad, una nueva normalidad. Un ejemplo concreto: el rezago escolar que ya
hoy tienen niños y niñas que van a los sistemas públicos de la región
[latinoamericana] va a tardar años en recuperarse; la desnutrición infantil que
se ha generado en las últimas semanas no la hemos medido todavía, pero se
piensa que va a tener consecuencias súper importantes, al igual que la
mortalidad materna de mujeres que no están pudiendo llegar a un servicio de
salud para parir con seguridad. Entonces, necesitamos crear amortiguadores de
esta amplificación de la desigualdad. Los cuidados son parte de eso.
Necesitamos asegurar servicios básicos que incluyen agua, conexión a internet,
electricidad y cuidados redistribuidos entre mujeres y hombres, y entre
prácticas familiares y extra familiares.
ATS– Los cambios que está revelando la
crisis también agudizan conservadurismos y forcejeos para tomar ventajas. Por
ejemplo, en estos días se ha destapado una discusión en algunos países de la
región sobre las pensiones parentales; específicamente sobre la necesidad de
reducir o postergar las pensiones de padres no convivientes, debido a que
significa mayor precarización. Las preguntas, en juego parecen ser cómo
replegar responsabilidades parentales en el caso de algunos hombres, serían:
¿Esa puede ser también una línea de disputa? y ¿Qué riesgos tiene?
JMF– Ese es un gran tema. Acabo de
participar de un estudio donde analizamos un tipo de organizaciones de padres
que ha crecido en su poder político e incidencia en toda la región (aunque
estudiamos Chile, Uruguay y Costa Rica) que tienen una agenda fuertemente
antifeminista y reactiva a los avances del Estado para proteger a las mujeres
en el ámbito doméstico. Mostramos que en los países donde se ampliaron los
derechos paternos, por ejemplo en materia de tenencia de hijos e hijas, ha sido
de la mano de estas organizaciones y que en donde, por el contrario, se
ampliaron los deberes paternos, por ejemplo en materia de pensiones
alimentarias, ha sido de la mano de actores estatales que en buena medida
reflejan agendas feministas o articulaciones feministas. Entonces, el actor
político actualmente más visible, vocal y en ascenso, posicionando una
conversación sobre paternidad, no es el que ayudaría a promover una
masculinidad igualitaria y cuidadora. No quiere decir que no haya otras
expresiones organizadas de hombres que sí están buscando promover una
masculinidad igualitaria y cuidadora, pero sí que las que hoy tienen más poder
y capacidad de incidencia, no son esas.
Ahora, la crisis puede
afectar a las mujeres vulnerando su bienestar económico y/o vulnerando su autonomía
económica. Son dos cosas relacionadas, pero distintas. Una mujer puede tener
más autonomía económica y menos bienestar o puede tener más bienestar y menos
autonomía, o puede tener más de las dos cosas. Por ejemplo, cuando una mujer es
pareja de un hombre en una relación heterosexual donde él aporte muchos
ingresos y ella trabaja en su casa, puede tener bienestar altísimo con muy baja
autonomía. Si esa mujer se separa y empieza a vender productos de puerta a
puerta, seguramente su bienestar económico no será mejor pero su autonomía
económica aumentará. Necesitamos que las mujeres tengan tanto bienestar como
autonomía.
Lo primero que necesitamos
asegurar es que estas madres y estas mujeres tengan un ingreso. A veces desde
una postura feminista reclamamos que los padres ejerzan su papel y podemos
muchas veces forzar a mujeres que no querían depender de esos hombres a
hacerlo. En el marco de esta crisis, necesitamos vincular la discusión de las
pensiones alimentarias parentales a ese ingreso básico ciudadano que todas las
personas deberían tener asegurado.
Va a haber un re-acomodo
muy fuerte de las cadenas de valor previniendo sucesivas crisis, y por lo
tanto, muchas cadenas de valor se van a acortar, muchas cadenas de valor van a
dejar de existir, mucho trabajo va a pasar a ser siempre teletrabajo, etc.
Entonces, proteger el empleo es importantísimo pero dentro de un objetivo
mayor: proteger el ingreso. Todas las personas, incluyendo a esas madres, deben
tener lo suficiente para la canasta alimentaria mínima. Eso no quiere decir que
debamos dejar a esos padres sin ninguna responsabilidad. Hay que pensar la
manera de que honren esas responsabilidades los que puedan, y los que no puedan
ahora y puedan después, lo hagan. Mi punto es que no podemos condicionar la
subsistencia de la madre y los hijos e hijas a la pensión alimenticia del
padre.
ATS– Finalmente, quisiera que
habláramos de otro ámbito de los cuidados que es central, los cuidados
remunerados. ¿Crees que también tendrán que ser repensados, disputados y
recolocados dentro de la trama política?
JMF – Definitivamente. Un servicio
esencial como son los cuidados no debería ser explotado. En este momento
tenemos una crisis del trabajo de hogares particulares en toda la región. Más
de 1/4 de las mujeres ocupadas trabajan en casa de otras mujeres y hombres, y
ese es un trabajo altamente precario. La razón por la que podemos privatizar
tanta demanda de cuidados es porque se paga mal, se paga poco y está
desprotegido.
¿Qué debería ocurrir con
esos puestos de trabajo? Es toda una interrogante, porque la mayor parte de
estas mujeres trabajadoras están deseando que todo esto acabe para volver ahí
debido a que no tienen opciones.
La particularidad de la
agenda sobre cuidados es que, al mismo tiempo, es una agenda de protección
social y una agenda de mercado laboral (tanto de oferta como de demanda),
entonces nos permite ir desde lo que transcurre en la familia hasta los
sectores de la economía que deberían priorizarse, valorarse y protegerse.
Una parte importante de los
sectores productivos y de las formas de trabajo ya están modificadas con la
crisis y se van a modificar más. Necesitamos que esa agenda sobre los cuidados
se instale en esa conversación. Los cuidados son una gran oportunidad para
dinamizar la economía y para apostar a una economía distinta, centrada en las
personas, pero necesitamos considerarlos como un trabajo valioso,
visibilizarlo, remunerarlo y protegerlo. Este es el momento. Las perspectivas
no son fáciles pero tenemos que estar a la altura del reto y dar esta pelea.
Juliana Martínez
Franzoni es catedrática de la Universidad de Costa Rica. Sus campos de
investigación abarcan la política social comparada y desigualdades de género y
socioeconómica en América Latina, incluyendo la reorganización de los cuidados.
Es editora de Social Politics, Oxford Journals.