18 diciembre, 2016
En el 2001, el monólogo El Nica ganó el Certamen de Monólogos y Diálogos; un año después se estrenó en el Teatro Dionisio Echevería, en Barva de Heredia.
En el 2001, el monólogo El Nica ganó el Certamen de Monólogos y Diálogos; un año después se estrenó en el Teatro Dionisio Echevería, en Barva de Heredia.

Ayer, sábado 17 de diciembre, murió César Meléndez, a los 50 años. Recordado por su participación en grupos musicales como Blanco y Negro, y Manantial, más tarde César protagonizó a Ricky, un personaje de la serie La pensión y más, recientemente, formó parte de programas de canal 7.

El Nica fue su participación más destacada. Un monólogo en el que el principal personaje, José Mejía Espinoza, interpretado por César, habla con una imagen de Jesucristo, a quien le pregunta por qué la comunidad nicaragüense en Costa Rica es discriminada una y otra vez.

Preguntas a Jesucristo

José es un peón que trabaja en la construcción, uno de los trabajos más comunes que desempeñan los nicaragüenses que viven en Costa Rica. Jesucristo es cuestionado acerca de por qué, a pesar de que él también fue un “extranjero”, ha mostrado tan poco interés por la situación de la comunidad nicaragüense. “¿Por qué tu vida y la mía son tan parecidas?”, pregunta le José. “¡Qué difícil es poner la otra mejilla!”, refunfuña el protagonista.

Le cuenta a Jesucristo las diferentes experiencias que él ha vivido, de forma tal que el público escucha también los relatos. José recuerda cómo un sábado después de que le habían pagado fue con el contratista a un bar en donde se encontró con el resto de los integrantes de la cuadrilla con quienes trabajaba. El jefe saludó al resto de los trabajadores. José intentó hacer lo mismo, pero ninguno de sus compañeros respondió. De repente, uno de ellos comenzó a gritarle lo que José llama “las mágicas palabras”: “Nica, hijueputa”.

Trató de persuadirlos de que él había emigrado a Costa Rica porque él y su familia no tenían nada que comer. “A ustedes no les importa porque nunca han sentido lo mismo”, dice José. A pesar de sus explicaciones, algunos de sus compañeros comenzaron a golpearlo fuertemente.

El contratista deja el bar porque tiene que recoger a su pequeña hija. José le pregunta por la edad de la pequeña. Ella tiene 4 años, le contesta el contratista. José entonces recuerda su primera estadía en Costa Rica cuando él, su esposa María y su pequeña bebé caminaron por siete días a través de las montañas. Cuando se aproximaban a la frontera, intentaron cruzar el río San Juan y la niña se ahogó. “El río se tragó a la niña”, cuenta José. La chiquita tenía la misma edad que la hija del contratista.

Las risas que arranca la obra al inicio se convierten en seriedad con el transcurrir de la presentación. José pide perdón por ser un guarda en un vecindario de clase media o por ser una trabajadora doméstica en miles de casas de familias en Costa Rica. Sin embargo, también agradece al contratista por llamarlo “señor”, una forma muy inusual de nombrar a un nicaragüense que trabaja en la construcción. “No es cualquiera el que se atreve a decir que es amigo de un nicaragüense”, recuerda José. “Yo les juro que todo esto duele”, afirma el personaje. “¿Quién inventó las fronteras?” finaliza interrogándose la obra.

No es casual que César y Cristina Bruno, su esposa, llamaran a su empresa Teatro La Polea. Polea, dice el diccionario, es algo que se emplea para levantar o mover cosas pesadas. El Nica se propuso mover la hostilidad y la xenofobia que viven tan a menudo nicaragüenses en Costa Rica.

El Nica duraba unas dos horas y 15 minutos y fue presentada en teatros, auditorios, gimnasios, iglesias, entre otros escenarios. Unas 500.000 personas la vieron.

En 2002, las puertas del auditorio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica tuvieron que cerrarse justo antes del inicio porque ya no había ningún asiento disponible. En 2003, César recordaba que tuvo que realizar una segunda presentación en La Fortuna de San Carlos, pues muchas personas se quedaron fuera del salón comunal donde se presentó la primera vez. En ese mismo año, César recibió el Premio Nacional de Teatro al mejor actor protagónico por su interpretación en El Nica.

El Nica sacó a Cristo de las celebraciones mohosas y lo trajo a la historia. El padre Pedro Pantoja, cofundador de una de las casas de migrantes en México, apunta que “los migrantes son los crucificados de la historia”. Así lo comprendieron sacerdotes, religiosas, docentes, estudiantes y líderes comunales que abrieron las puertas de sus instituciones y organizaciones.

Su aporte

Cristina y César montaban un escenario sencillo en el que la voz y los gestos de César se ocupaban de lo demás.

César nos enfrentó con nuestros propios prejuicios y nos ofreció la posibilidad de revisarnos como sociedad. No en pocas ocasiones, El Nica humedeció la mirada de muchos espectadores para quienes algo de su manera de pensar y sentir las migraciones cambió.

Sin duda, fue bastante más lejos que diagnósticos y consultorías que poco aportan en la comprensión de la xenofobia y menos en su transformación. La risa es un asunto serio y en El Nica ello queda patente.

La migración se ha convertido en la bandera de las derechas en el mundo, como lo confirman resultados electorales en países tan diversos como los Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania, Austria o Hungría. La desnacionalización de la economía ha producido una nacionalización de la política. Costa Rica no es la excepción y aquí también hay quienes pretenden capitalizar descontentos sociales para constituirse en Trumpticos.

La presencia de César, de José y su esposa María son, sin duda, un recurso de esperanza para impedir que las fantasías nacionalistas nos impida imaginar y concretar una sociedad inclusiva y respetuosa.

El autor es profesor de la Universidad de Costa Rica.